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El ajo, conocido por los botánicos con el nombre de Allium sativum, es una planta bulbosa de la familia de la Liliáceas que, procedente de Asia, desde muy antiguo se introdujo en Europa Meridi

onal más como medicamento que como alimento, y como tal gozaba de gran consideración en la antigua medicina india, e incluso se utilizó en el Antiguo Egipto como preventivo de las epidemias de tifus y cólera entre los trabajadores de las pirámides.
Parecer ser que sus propiedades medicinales se encuentran en el aceite etéreo azufrado que contiene el ajo en pequeñísimas proporciones (0,005%). Pero el elemento más activo es una sustancia parecida a la penicilina que se llama alicina, a la cual se debe su poder bactericida.
Propiedades del ajo
El ajo tiene una marcada acción estimulante de la secreción glandular y en especial de las mucosas gastrointestinales, pues además de provocar un aumento de la secreción de las glándulas digestiva, incrementado también la secreción biliar, puede ser utilizado por las personas que poseen estómago perezoso o que sufren de insuficiencia biliar, así como también como estimulante del apetito. Al mismo tiempo su poder bactericida elimina las fermentaciones pútridas en el intestino, fomentando la reproducción de las colibacterias, que son agentes intestinales normales.
El ajo es un calmante intestinal inofensivo y la antigua creencia popular de que combatía el cáncer ha quedado plenamente demostrado en ensayo con animales observándose una clara dificultad en el crecimiento de las células cancerosas trasplantadas, después de un tratamiento con ajo, y en general proporciona un aumento de la resistencia del organismo frente a las enfermedades de cualquier tipo.
Su acción sudorífica es debida a que es un poderoso vitalizador del organismo y eleva la temperatura del cuerpo por encima de los valores normales, lo que unido a la volatilidad de su aceite etéreo, que contiene los sulfuros de alilo y de propilo, provocan una acción depurativa y descongestionante del organismo que puede aplicarse a las enfermedades bronquiales y del aparato respiratorio en general, pues ejerce un marcado efecto expectorante.
Actúa también sobre las enfermedades del aparato circulatorio, ejerciendo una acción beneficiosa sobre la hipertensión, arterioesclerosis, debilidad del músculo cardíaco e incluso actúa de descongestionante en los casos de embolia, llegando incluso a ejercer la acción de fluidificar la sangre, evitando la embolia.
Al tomar ajo se ha comprobado que desciende la presión arterial y el pulso se hace más lento y tranquilo, dilatándose los vasos coronarios, con lo que son mejor alimentados los músculos cardíacos, reforzándose estos.
Es además notoria su acción contra las lombrices intestinales (oxiuros y áscaris).
A la vista de las propiedades anteriormente citadas, se comprende el interés que puede prestarse al ajo, no solo como medicamento, sino como un producto alimenticio de múltiples aplicaciones; de ahí el interés que puede tener el divulgar al máximo su consumo dietético. Sin embargo, el ajo seco, tal como se recolecta de la tierra, posee los inconvenientes de un fuerte olor y sabor, que para algunas personas puede resultar desagradable de tomar, pero lo que es evidente es que el olor que imparte al aliento del que lo toma resulta sumamente desagradable para su interlocutor, y persiste durante varias horas. Estos inconvenientes se suprimen en gran manera cociéndolo, pero entonces piarte el 90% de su eficacia como bactericida y medicamento.
Es por eso que muchas tiendas de dietéticas venden cápsulas de ajo que contienen ajo en polvo envasado en cápsulas de gelatina. De esta forma ponen a disposición del público una forma agradable de tomar el ajo, que conserva intactas sus propiedades dietético-medicinales, y que no resulta desagradable ni molesta al ingerir, pues la cápsula no se disuelve hasta alcanzar los líquidos intestinales, evitándose el mal aliento, su desagradable olor y facilitando su digestión.
Principales indicaciones de los ajos como complemento alimenticio
Isquemia coronaria, fermentaciones intestinales, parásitos, infecciones del oído medio, colesterol alto, triglicéridos altos, hipertensión arterial, trombosis, tromboflebitis, isquemia circulatoria, arterioesclerosis, aterosclerosis, bronquitis, gripe, agotamiento, toxemia por plomo o mercurio, daño por rayos X o radioactividad, candidiasis, reumatismo, etc.